El embargo estadunidense ha durado casi 61 años, desde marzo de 1958, cuando la guerra entre Batista y los revolucionarios de Castro comenzó. Los empresarios estadounidenses tienen prohibido realizar cualquier tipo de negocio con cuba.
El domingo, de manera inesperada, los cubanos salieron a las calles. Decenas de miles pedían libertad y alimentos a coro. Resulta difícil imaginar un diagnóstico más sucinto del problema con la dictadura más antigua de Latinoamérica.
A lo largo de más de seis décadas, el régimen cubano le ha negado a su pueblo los pilares más básicos del espíritu y el cuerpo humano.
Está claro que el embargo estadounidense de casi 61 años no ayuda. Las restricciones del gobierno al pequeño sector privado son aún más perjudiciales. A las empresas, incluidas las tiendas y los restaurantes, se les prohíbe acceder a préstamos bancarios o participar en el comercio.
Los alimentos siempre han estado racionados y, ahora con la pandemia, las restricciones son aún más inflexibles.
Si bien las quejas no son nuevas, hubo algo nuevo en las manifestaciones del domingo: Los pobladores que antes temían perder el trabajo o ser detenidos por manifestar o simplemente apoyar las manifestaciones, ahora, eso se terminó.
Las protestas estallaron en masa, de manera espontánea, en todo el país, hasta en los pueblos rurales. La solidaridad se impuso a la mentalidad cubana de arreglárselas cada quien como pueda.