Islandia podría vivir un cambio de gobierno tras las elecciones legislativas de este sábado, de pronóstico complicado y en las que los sondeos apuntan al panorama político más fragmentado en ocho décadas de independencia.
Hasta nueve partidos podrían entrar en el Alþingi (Parlamento), una cifra récord, según los pronósticos para una jornada electoral en la que las urnas permanecerán abiertas hasta las 22.00 GMT.
La inédita coalición que ha gobernado Islandia en los últimos cuatro años, formada por el conservador Partido de la Independencia, el Movimiento de Izquierda Verde y el Partido Progresista (centro), no lograría alcanzar los 32 escaños que garantizan la mayoría.
A pesar de la estabilidad de la que ha gozado el país la última legislatura, tras una década marcada por la crisis económica y los escándalos políticos, y de la popularidad de la primera ministra “rojiverde” Katrín Jakobsdóttir, la constelación de fuerzas en el poder no parece contar con el respaldo suficiente.
Los conservadores, que han ganado todos los comicios generales en Islandia salvo unos (los de 2009, después de la crisis que hizo tambalear el país), repetirían triunfo con comodidad, pero con un resultado algo por encima del 20 %, el peor de su historia.
Los “rojiverdes”, segunda fuerza más votada en 2017, se hundirían bajando hasta cifras alrededor del 12 %.
Solo los “progresistas” ganarían votos hasta situarse en torno al 13%, de acuerdo con los sondeos, que le atribuyen además un papel decisivo en cualquiera coalición de gobierno, que podría necesitar cuatro partidos para obtener la mayoría, una rareza en Islandia.
A diferencia del resto de países nórdicos, en Islandia no hay tradición de ejecutivos en minoría, de ahí que el panorama postelectoral pueda ser el más complicado en casi ocho décadas de independencia de esta isla con 350.000 habitantes.
Las encuestas sitúan a tres fuerzas más por encima del 10 %, la Alianza Socialdemócrata, el Partido Pirata y el Partido Reformista, mientras otras tres formaciones entrarían en el Parlamento: el Partido Centrista, el Partido del Pueblo y el Partido Socialista.
Durante la campaña se ha especulado con reeditar a escala nacional la fórmula de gobierno de la capital, Reikiavik (socialdemócratas, rojiverdes, “piratas” y “reformistas”), pero los sondeos los sitúan lejos de la mayoría absoluta.
Desde el estallido de la crisis económica en 2008, que arrasó con el sector bancario y se llevó por delante al gobierno en el poder, Islandia ha vivido años de inestabilidad y escándalos, como el que provocó la dimisión en 2016 del primer ministro centrista Sigmundur David Gunnlaugsson por su vinculación con los papeles de Panamá.
Apenas un año después, el conservador Bjarni Benediktsson hizo lo mismo al romperse la coalición que comandaba por otro escándalo que lo involucraba a él y a su padre en una petición de rehabilitación pública a un individuo condenado previamente por abusos sexuales a una hijastra menor de edad.
La discusión durante la campaña ha girado en torno a cuestiones como la sanidad, a pesar de que Islandia ha sido uno de los países menos afectados por la pandemia en Europa, con apenas 9,13 muertos por cada 100.000 habitantes.
Gracias a su aislamiento geográfico y a una estrategia basada en test masivos y gratuitos, rastreos y secuenciación de pruebas, este país nórdico ha mantenido controlada la epidemia en niveles moderados y con menores restricciones.
Y aunque estas han afectado al turismo, una de sus mayores fuentes de ingreso, el país se ha recuperado de forma rápida: el paro el mes pasado había bajado al 5,5%, menos de la mitad que el máximo registrado durante la pandemia.
Los temas medioambientales y relacionados con el cambio climático, así como los vinculados al Estado de bienestar han dominado la discusión en la campaña de los comicios.