Birmania amenaza con convertirse en un “superpropagador” del covid-19 ante la crisis sanitaria desatada por la pandemia y el caos creado tras el golpe de Estado, mientras expertos piden a la ONU una “intervención humanitaria”.
El país, sumido en una profunda crisis política y social a raíz de la sublevación militar del 1 de febrero, afronta su peor ola de contagios y muertes por covid-19, entre el colapso del sistema sanitario, la falta de suministro de oxígeno y la desconfianza hacia los militares.
“Esta es una crisis que el mundo no se puede permitir ignorar”, señaló este jueves Yanghee Lee, relatora de la ONU para los Derechos Humanos en Birmania entre 2014 y 2020, ante el riesgo de que el brote cruce las porosas fronteras con China, India, Bangladés o Tailandia, países que suman casi la mitad de la población del planeta.
En este sentido, un grupo conformado por antiguos representantes de Naciones Unidas en Birmania reclamó hoy la “intervención humanitaria inmediata” de una misión de la ONU.
Su propuesta incluye el envío y la protección para médicos que trabajen sobre el terreno y la entrega de suministros sanitarios a asociaciones civiles y étnicas que hagan llegar la ayuda directamente a la población, y así evitar dar legitimidad a la junta militar.
“La situación se ha convertido en un desastre humanitario de tales proporciones que la presencia internacional de personal médico y de salud se ha vuelto crítica”, indica en un comunicado Chris Sidoti, quien participó en una Misión de Investigación de la ONU en Birmania.
Sidoti, uno de los miembros fundadores de la oenegé Special Advisory Council for Myanmar, denuncia que la junta militar que tomó el poder alimentó deliberadamente la crisis sanitaria y “no tiene ni la voluntad ni la capacidad para abordar una crisis de esta escala”.
Las autoridades sanitarias reportaron el miércoles 6.093 nuevos casos de la covid-19 y 247 muertos, lo que eleva el total a 246.663 infectados y 5.814 decesos.
Con una capacidad de pruebas limitadas a entre 12.000 y 15.000 al día, entre una población de 55 millones, y los crematorios repletos de cadáveres, asociaciones de médicos birmanos mantienen que esas cifras no reflejan la realidad.
La región ya tiene experiencia en coordinar respuestas humanitarias internacionales, como la proporcionada a Birmania en 2008 tras sufrir el envite del tifón Nargis, que según las estimaciones dejó más de 100.000 muertos en el país.
Por entonces, Birmania era considerado un Estado paria y aislado del mundo por las brutales dictaduras militares que gobernaban el país desde 1962; y que acababa de sofocar con inusitada violencia la Revolución Azafrán, liderada por monjes budistas.
Tras una década de progresiva apertura democrática, la crisis pandémica ha golpeado a Birmania en un momento de máxima inestabilidad política y social por el golpe de Estado perpetrado por los militares el pasado 1 de febrero.
La situación de descontrol de la pandemia se ha visto favorecida por la brutal represión de las fuerzas de seguridad contra la disidencia, entre ellos los miles de trabajadores sanitarios que se niegan a trabajar bajo la orden del régimen castrense.
“La junta militar ha asesinado, detenido y amenazado a los sanitarios, ha destruido y saqueado clínicas y ocupado hospitales desde el golpe. Confiscan tanques de oxígeno en medio del empeoramiento de la crisis sanitaria y cierran las fábricas que los producen”, denunció hoy Yanghee Lee durante una conferencia virtual organizada por el grupo Parlamentarios de la ASEAN por los Derechos Humanos.
El pasado lunes, por ejemplo, varios médicos fueron arrestados en Rangún tras recibir una llamada, supuestamente falsa y realizada por soldados, para solicitar asistencia médica para un paciente de covid-19.
Para evitar la violenta represión de la junta militar, los trabajadores sanitarios han creado redes clandestinas para asistir a los enfermos, aunque a la inseguridad también se suma la escasez de medicinas y suministros sanitarios, como respiradores artificiales.
“Los médicos acuden en secreto a visitar a sus pacientes debido a las preocupaciones sobre su propia seguridad (…) y hacen todo lo posible conforme a sus capacidades de mantener su deber humanitario de brindar asistencia a los enfermos”, relató en el evento organizado por la ONG un médico birmano que prefiere mantenerse en el anonimato para evitar represalias.