El coloso sigue activo y amenaza con volver a mostrar su incontrolable fuerza. Desde 1524 ha hecho erupción más de 60 veces, varias de ellas relacionadas con terremotos.
Hace cuatro años, un domingo, Guatemala despertaba con un espectáculo de la naturaleza, la actividad del volcán de Fuego.
Pero momentos después se sabía que el espectáculo había sido mortal. A decenas de familias no les dio tiempo de escapar y quedaron soterrados por una nube de ceniza caliente.
Pero no solo fue ceniza, la erupción provocó una avalancha de rocas ardientes, mezcladas con gases y cenizas que arrasó la comunidad San Miguel Los Lotes en el municipio de Escuintla, y parte de una carretera en el poblado vecino de Alotenango.
Nadie entendía que pasaba. Los Bomberos reportaban el rescate de unas niñas con los pies quemados. La ceniza ya llegaba hasta la Ciudad.
Pero conforme pasaban las horas se conocían los lamentables hechos. Toda una comunidad había quedado soterrada. Las imágenes no se pueden borrar de la memoria. El rostro de las personas huyendo de la furia del grande, del temible volcán.
En menos de lo pensado, lo que era una colorida población situada en las faldas del volcán, se había convertido en un cementerio.
Bomberos, autoridades y población civil se unió para tratar de salvar a los residentes, pero ya nada se pudo hacer.
El saldo oficial fueron 215 muertos y una cifra similar de desaparecidos. Sin embargo, la cifra real supera por mucho la oficial. Un pueblo completo, padres, niños, abuelos, animales, todo fue consumido en segundos.
Las autoridades de protección civil mantienen un constante monitoreo de la actividad del coloso, de 3 mil 763 metros de altura y ubicado 35 km al suroeste de Ciudad de Guatemala entre los departamentos de Escuintla, Sacatepéquez y Chimaltenango.
Sin embargo, la amenaza es latente y no solo para las comunidades cercanas, sino para toda Guatemala y centro América. En 1932 el volcán realizó una fuerte explosión que cubrió Guatemala, El Salvador y Honduras con ceniza.